Un trío de propuestas noveles traído de la mano de un también novel grupo de correctoras y editoras, debutando todas las partes en un libro que es la culminación de un concurso literario hecho desde el amor por la palabra escrita, y del que ojalá se hagan sucesivas ediciones.

El grupo conocido como Correcciones Ohana nace en 2020 mediante la alianza de Bea Ohana, correctora; Loren P. Morgan, ilustradora, diseñadora gráfica y portadista; Alina Covalschi, maquetadora; Pebol Sánchez, publicista y community manager; y Elena Gutiérrez, administrativa y gestora. Muchas de ellas también autoras por derecho propio y con varias obras lanzadas al mercado, es precisamente esa pasión compartida por el facto literario en sus múltiples facetas, desde lo artístico hasta lo mercantil, lo que las une en la fundación de un proyecto decidido a aventurarse en el competitivo pero gratificante mundo de la edición. Sus señas de identidad son evidentes una vez degustado su primer lanzamiento al mercado, este Copos de Ohana por el que han apostado con fuerza, y se irán desgranando conforme avance este análisis.

Comencemos con el hecho de que este recopilatorio es el desenlace de un concurso literario, lo que ya da una idea del nivel de selección y exigencia del grupo respecto a los textos sobre los que va a trabajar. En esta primera edición del concurso, tres han sido los relatos seleccionados para formar parte del volumen: la obra ganadora, Canción de nieve y madera, de Lydia Santana Martínez; y dos relatos finalistas, El principio de la metamorfosis, de Paula Ramos González, y Noche de lobos, de Liam Sirons. Vale la pena detenerse en cada uno de estos tres opúsculos por separado, pues cada uno ofrece un acercamiento marcadamente distinto al arte del relato, que dan una agradable variedad al todo de la obra.

La obra de Lydia, enmarcada en un tono de fantasía ecoanimista de corte más bien íntimo, contenido y sin excesivos fuegos de artificio, es el trabajo más equilibrado de los tres, y muy probablemente por ello se haya alzado con la corona de laureles de certamen. Con una interesante estructura de metarelato en que juega con dos tiempos y el impacto de uno sobre el otro, construye una mitología minimalista pero sólida, a la vez que centra sus esfuerzos narrativos en la evolución de un único personaje central, consiguiendo así una robusta credibilidad del mismo y facilitando la empatía del lector. Las aventuras de la cazadora Nerindhe y su búsqueda para restaurar la antigua armonía de su poblado, así como el impacto que su gesta y sus vivencias tendrán en las generaciones futuras, resultan una propuesta memorable y agradable de leer. Como contras, quizá una cierta moraleja simplista, ambigua y maniquea en el mensaje ecológico (necesario, pero buenista y plano en sus formas), así como algunas estructuras sintácticas repetitivas y ciertos pasajes algo arrítmicos, pero nunca anticlimáticos. En su conjunto, una más que interesante propuesta de una debutante con obvias filias por el fantástico y la creación libre de mundos, que puede con facilidad recabar adeptos para sus obras futuras.

—Pero va a atacarnos… —murmuró la joven sin perder de vista las fauces del lobo.

—Fíjate bien, ¿acaso es muy distinto a ti cuando entraste aquí? Está herido, no sabe lo que ha ocurrido y ha perdido su hogar. No necesita más violencia, solo aliviar su dolor. —Nerindhe desvió la mirada hacia el druida con el rostro cargado de cierta aprensión. No se había parado a pensar que pudiera ser así. El druida volvió a focalizar su atención en el lobo, estirando una mano hacia él—.

Como contrapunto a la exuberancia del relato anterior, El principio de la metamorfosis es una propuesta formalmente preciosista, con una redacción cuidada al detalle, estilizada y llena de un virtuosismo compositivo más que destacable, lo que habla mucho del talento de su joven autora, Paula. Bebiendo a partes iguales del realismo y el naturalismo, su ficción, ambientada en el tiempo presente y en el Canadá natal de su protagonista, la abogada Emma, sigue a ésta en una suerte de tour de force sentimental mientras ésta hace frente a los fantasmas de su pasado y de su presente con motivo del sepelio de su madre. Se arma aquí, pues, todo un artefacto de afectos y emociones que, aunque tiene por objetivo involucrar al lector en su torbellino (y de hecho a veces lo consigue), acaba quedando excesivo, lleno de bruscas subidas y bajadas que no contribuyen a la inmersividad deseada. Paula es, sin duda, una creadora dotada para las escenas de fuerte carga anímica, pero adolece todavía de la finura necesaria para administrar dicha carga de forma rítmica con tal de orquestrar un relato orgánico y plenamente satisfactorio. Pese a esto, el ya mentado firme dominio del estilo, unido a esos flashes de sentimientos estruendosos pero interesantes, atractivos, acaban por conformar una obra carismática que, desde luego, deja con ganas de descubrir más de su artífice y tener un ojo puesto en su muy probable evolución hacia mayores cotas de calidad.

La primera página está libre de tinta, no obstante, la esquina inferior derecha está manchada de café. Paso la hoja, topándome con un dibujo sombrío. Son trazos que perfilan la casa de mi tía, de la que echaron a mi mamá. Predomina el juego de sombras con un tono lúgubre, desolado. Nunca fue capaz de confesarme que la repudiaron. y me atrevo a decir que no fue por vergüenza. Mi madre siempre fue una persona un tanto boba, que ponía la otra mejilla para que se la golpeasen. No albergaba rencor o culpa por ello y eso, era uno de sus rasgos que más me molestaba. A día de hoy no comprendo cómo pudo seguir dirigiéndole la palabra al esperpento de su hermana. Menos todavía que perdonase a sus padres cuando ellos se encontraban en su lecho de muerte. Yo no les habría dado ese consuelo, no hicieron méritos para merecerlos.

Como cierre del volumen, la propuesta de Liam vuelve al terreno del fantástico, compartiendo con Canción de nieve y madera su tono animista y ecológico, tan deudor de Tolkien. Sin embargo, su Noche de lobos es, en todo, mucho más ambiciosa que la obra de Lydia, siendo esto a la vez su virtud y su defecto. El relato de la caída del pueblo de Lyd, y el destino de sus vástagos supervivientes, trata desde su mismo inicio de abarcar mucho más de lo que su extensión puede realmente contener: una teogonía y una mitología complejas que acaban quedando necesariamente desdibujadas, así como un grupo protagónico nutrido que provoca que no se profundice especialmente en la psique o evolución de ninguno de sus miembros. Diríase, casi, que la sin duda fértil imaginación del autor le proveyó de demasiadas ideas que se vio incapaz de rechazar, y que acaba por comprimir en una obra de algo más de 50 páginas en que las escenas se suceden entre ellas con enorme celeridad (haciendo, eso sí, que su lectura sea sumamente ágil) y se presenten una buena cantidad de intuiciones seminales interesantes, pero que a penas dan un fruto concreto a medida que progresa la trama, culminándose de manera un tanto precipitada y anecdótica al concentrar demasiada acción de manera en extremo sucinta. La plasticidad y maravilla con que el autor llena su mundo, así como las peripecias emocionantes y la fantasía pura que inunda las páginas del relato, logran sin embargo enmendar las faltas del mismo, haciendo de su lugar al final de la recopilación un broche de calidad más que suficiente a tres propuestas de envidiable calidad y virtudes patentemente marcadas. Hay, eso sí, un problema capital con la voz del narrador, teóricamente interno pero que en ciertas ocasiones viola las normas de conocimiento a que debería someterse, y que a veces también interpela de manera directa y completamente inexplicable al lector.

El segundo día de ventisca los gemelos empezaron a hablar. Kato nos contó el cómo la voz de Abby se había escuchado durante el ataque de los devotos del Dios de Luz. Él nos contó que el espíritu de su abuela le dijo que teníamos que escapar de allí. Koda afirmó haber visto a la anciana cuando la frustración de no poder transformarse le dominó por completo, tuvo que golpear a su hermano para hacerle volver en sí y este no tardó en defenderse. Por suerte sus heridas van sanando, Lyla y Ben han estado cuidando de ellos durante estos días. 

Respecto al libro como un todo, dista en sinceridad de ser perfecto, cosa por lo demás normal también en una primera edición: hay un número pequeño pero no desdeñable de erratas, que van desde lo imperceptible a lo sonrojante. Pese a esto, es evidente que los textos han sido trabajados y revisados con minuciosidad, dando un resultado de elevada profesionalidad, adornado con una simpática portada de motivos invernales (conmemorando, quizá, la estación en que se celebró el certamen) y una maquetación limpia y elegante que incluye pequeñas ilustraciones y arabescos para separar entre sí ciertas partes de los textos. Un testimonio, vamos, del buen hacer y el mimo con que este grupo de incipientes trabajadoras ha elegido enfrentarse a su labor.

En definitiva, Copos de Ohana es un título cuya adquisición denota un interés por figuras del mundo literario que están empezando a medrar en él, con todo lo bueno que suele ir asociado a esa demarcación: frescura, valentía, exuberancia y, sobre todo, ese sentimiento casi inefable de estar ante un principio con la capacidad potencial de ser, en el futuro, la fuente de propuestas cada vez mejores, capaces de llenar de gozo, incluso de un cierto orgullo, a quienes apostaron en su momento por ellas. No creo que sea una apuesta demasiado arriesgada augurar al lector que decida adoptar, literariamente hablando, tanto a alguna de las autoras como al grupo de editoras detrás de esta obra, que va a tener su pequeño manantial de maravillas al seguirlas.