Ficha técnica

Título: Déjame entrar
Tít. original: Låt den rätte komma in
Autor: John Ajvide Lindqvist
Editorial: Espasa
Traducción: Gemma Pecharromán
Páginas: 455
Fecha de publicación: 2009
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788467035841
Precio físico: 36,94€

Sinopsis

Oskar, de doce años, vive con su madre en un suburbio de Estocolmo. Es un niño solitario, adicto a las golosinas, y con una curiosa afición: colecciona recortes de prensa sobre casos de asesinatos atroces. Sus compañeros de clase se burlan de él y le someten a un acoso del que se ve incapaz de escapar. Un día aparece en el barrio una nueva vecina, Eli, una enigmática niña de su edad que huele raro, nunca siente frío y tiene canas. Oskar no puede evitar sentirse fascinado por ella y se vuelven inseparables.

Coincidiendo con la llegada de Eli se produce una oleada de asesinatos espantosos y sucesos extraños que tienen desconcertada a la policía local. Todo apunta a un asesino en serie. Nada más lejos de la realidad.

Reseña

Una novela que, desde el reconocible estilo escandinavo frío y distante tan popular en tiempos recientes, abandona paulatinamente el tono realista y la estética negra que suelen marcar estas propuestas para adentrarse de lleno en el fantástico, añadiendo elementos de terror en un crescendo hacia lo macabro.

Si hemos de hablar de tendencias literarias que han experimentado un boom notable en las dos últimas décadas, tarde o temprano debería mencionarse el género negro de factura nórdica. Contando con una muy nutrida generación de literatos de fama mundial, entre la que los lectores hispanoparlantes sin duda reconocerán nombres como Stieg Larsson, Arnaldur Indridason o Karin Fossum, ha sentado escuela dentro del tema policíaco-criminal con su reconocible y muy marcado estilo: un cierto laconismo del lenguaje en descripciones y diálogos que, unido a un acercamiento psicológico a los personajes frío en su detallismo y una trama encarada de forma cruda y desnuda, casi cruel, genera una impresión de marcado desasosiego en el lector. Usadas a la vez como reflejo y crítica de los peligros de una sociedad cada vez más impersonal y alienada, las novelas del estilo se han convertido en un estandarte a la hora de aventurar desde el arte un acercamiento disectivo a la presente era posmoderna.

Hijo de esta forma de entender la literatura es el sueco John Ajvide Lindqvist, aunque su caso es ciertamente singular y no puede acabársele de mezclar con sus compatriotas y convecinos. Y es que, aunque su estilo sigue los cánones ya citados de la novela negra escandinava, e incluso en muchas ocasiones comienza sus creaciones desde los lugares comunes de dicho género, el interés narrativo de Lindqvist difiere en varios grados del realismo crítico practicado por sus colegas: él, un poco como los realistas mágicos latinoamericanos a los que tanto admira, gusta de introducir elementos del fantástico en su narración, generando normalmente una atmósfera terrorífica de opresión, extrañeza y, por último, violencia y gore. Su producción, por tanto, es un interesante híbrido entre la crudeza descarnada del negro y sus intuiciones sociales, y elementos del terror que bailan entre lo sorprendentemente clásico, lo romántico malditista y lo contemporáneo.

Sus obras, sitas normalmente en escenarios reconocibles, están pobladas por personajes atormentados, deprimidos y deprimentes, que encaran la agonía existencial de sus vidas con una determinación desesperada rallana en la locura. En base a estos elementos tan comunes del estilo de su área de influencia cultural, sin embargo, Lindqvist va introduciendo elementos del imaginario terrorífico de muy variada índole: desvelándose como un enamorado del género, sus influencias dentro de este espectro abarcan desde la tradición decimonónica (no por nada cita entre sus influencias a Sheridan Le Fanu) hasta los acercamientos más modernos a los monstruos que suelen pulular en dichos registros. Es, pues, lo mejor de ambos mundos, satisfaciendo tanto a quienes buscan un drama social sucio con personajes complejos y atormentados, como a quienes gustan de elementos irreales y oscuros y, además, gozan con los guiños cultistas al acervo de lo macabro.

Fotograma de Déjame entrar (2008)

«Oskar. Ése del espejo. ¿Quién era? Le pasan un montón de cosas. Cosas malas. Cosas buenas. Cosas raras. Pero ¿quién es? Jonny lo mira y ve al Cerdo al que tiene que pegar. Su madre lo mira y ve su Corazón mío al que nada malo puede ocurrirle.
Eli lo mira y ve… ¿qué ve?
Oskar se volvió hacia la pared, hacia Eli. Las dos figuras miraban escondidas entre el ramaje. Tenía aún la la mejilla dolorida e hinchada, había empezado a hacerse una costra en la herida. ¿Qué le iba a decir a Eli si salía aquella tarde?»

Ejemplo paradigmático de estos intereses del autor es la novela presente, Déjame entrar, que además fue su primer trabajo publicado. Este debut en el mundo de las letras marca el modelo de su producción, reflejando perfectamente esa convivencia entre los elementos del estilo nórdico que seducen a Lindqvist y sus propios intereses y pulsiones provenientes del fantástico. Ambientada en Blackeberg, la ciudad-dormitorio de Estocolmo en la que el propio autor se crió y que es el primer elemento que la dota de realismo, la trama transcurre durante el invierno de 1981. Oskar, su protagonista, es un niño asocial marcado por el estigma del abuso que sublima la falta de encaje social con fantasías evasivas y autocompensatorias. La llegada a su vida del amor, de mano de su nueva vecina Eli, será a la vez su salvación y su condenación. Y es que la radical filosofía de vida de Eli, que acaba calando en el propio Oskar, está marcada por su naturaleza: es, a falta de una palabra que lo defina mejor, un vampiro. Uno que, además, esconde algunos otros sorprendentes secretos…

Con habilidad ciertamente meritoria, Lindqvist establece un complejo lazo entre estos dos personajes que, por sus propios motivos, se ven a sí mismos descastados y alienados del resto de la humanidad, a la vez que la fatalidad, a veces camuflada como esperanza o redención, avanza inexorablemente para unir sus sinos. Junto a la suya discurren varias tramas paralelas, destacando la de Håkan, el «padre» de Eli, y su tormentosa y nauseabunda vida sentimental; la de la panda de abusones que hacen imposible la vida del protagonista; la del grupo de perdedores borrachos que frecuenta el restaurante chino del lugar, principales víctimas de los acontecimientos a suceder; y la de Tommy, el vecino delincuente de Oskar y su padrastro, el policía Staffan. Todas estas líneas desembocan ,si bien es cierto que algunas más exitosamente que otras (especialmente la subtrama de Tommy y Staffan, que no concluye de manera clara ni satisfactoria), en un punto culminante que es, a la vez, una catarsis de amor y de horror, tras toda una evolución desde lo que aparentaban ser asesinatos rituales del más puro negro hasta la identificación de monstruos, en todo el sentido del término, cada vez más patentes y grotescos.

Esta delicada simbiosis entre realidad e imaginación, entre crítica social y evasión fantástica, entre historia de crímenes y relato de horror, es quizá el aporte más original y atractivo que proponen tanto novela como autor. Hay que destacar, también, la muy afortunada aproximación a la temática vampírica que Lindqvist efectúa. Combina de manera muy ingeniosa elementos del vampiro romántico (un ser maldito y atormentado, víctima de su propia existencia, a la vez que un objeto de deseo y sensualidad para otros), del vampiro moderno (más adaptado a la existencia urbanita, y pese a ello anacrónico e incapaz de encaje, ofreciendo además una suerte de explicación científica a su existencia) y, para sorpresa y deleite de los amantes de lo tradicional, también del vampiro clásico. El propio título de la novela, por ejemplo, además de un guiño a cierta canción de Morrissey, es una referencia a la incapacidad del vampiro clásico a entrar en una morada sin ser invitado previa y expresamente, peculiaridad que, junto a otras como la omnipresente fotofobia, se explota de maneras muy originales.

 

Fotograma de Déjame entrar (2010)

«- Oskar. No les dejes. ¿Me oyes? No les dejes.
– … No.
– Tienes que devolvérsela. Nunca se la has devuelto, ¿verdad?
– No.
– Empieza ahora. Devuélvesela. Fuerte.
– Son tres.
– Entonces tienes que darles más fuerte. Usa un arma.
– Sí.
– Piedras, palos. Dales más de lo que en realidad eres capaz. Entonces lo dejarán.
– ¿Y si no lo dejan?
– Tienes un cuchillo.»

En cuanto al estilo, como se ha dicho, es deudor claro de la estética escandinava actual. Con una sorprendente economía de palabras, pero sin por ello descuidar la riqueza de la narración o el intensivo estudio psicológico de los seres que la pueblan, las formas de Déjame entrar optan por un minimalismo solvente que muchas veces sacrifica la descripción en busca de un impacto efectista basado en el acto narrado mismo que, siguiendo la voluntad del autor, busca al principio de la novela un distanciamiento desasosegante que, conforme avanza, va trocando en un tenebrismo siniestro, malsano, y ya cerca del final intensifica hasta estallidos brutales de violencia, locura y condenación. Con diálogos directos, a veces incluso tajantes, y párrafos escuetos llenos de fraseos cortos, directos y contundentes, la manera de relatar de Lindqvist puede resultar quizá algo extraña para aquellos poco familiarizados con la producción cultural del norte de Europa, pero tampoco cuesta demasiado comenzar a participar de su juego.

Distintas aproximaciones al vampirismo en la literatura, el comic y el cine (Eli en la imagen del extremo derecha)

«No pegaba nunca, no, eso no. Pero el cambio que se producía en los ojos de su padre en aquellos momentos era lo más terrible que Oskar había visto. Entonces no quedaba ni rastro de lo que realmente era, sólo un monstruo que se hubiera metido dentro de su cuerpo tomando el mando sobre él.
La persona en la que se convertía cuando estaba borracho no tenía nada que ver con lo que era mientras estaba sobrio. En aquellos momentos era un consuelo imaginar que su padre era un hombre lobo, que en realidad había otro ser completamente distinto dentro de él. Así como la luna incitaba a la fiera que había en el hombre lobo, el alcohol incitaba a aquel ser que había dentro de su padre.»

Como apunte curioso, cabe decir que Lindqvist es un hispanófilo confeso, y demuestra su amor por nuestra cultura en multitud de sus trabajos. Como se ha mencionado anteriormente, entre sus autores de cabecera figuran nombres como los de Cortázar, Borges o García Márquez, y en más de una ocasión ha manifestado su pasión por la producción cultural española e iberoamericana. En la propia Déjame entrar queda esto patente, al mencionarse en varias ocasiones el idioma castellano y ciertos escenarios patrios; de hecho, uno de los personajes más positivos y entrañables de la novela es nativo español, el profesor de gimnasia Ávila. Gracias a su creciente fama en Suecia, Lindqvist se ha convertido en uno de los más influyentes embajadores en su país de las bondades de la Europa mediterránea y la cultura latina, algo a agradecer en un entorno que tradicionalmente ha tendido a recelar, si no directamente a despreciar u odiar, nuestro estilo de vida y tradiciones.

Haciendo mención de la fama, hay que decir que Déjame entrar asentó la suya en la península escandinava y las zonas limítrofes culturalmente hermanadas, pero que la fama internacional le viene principalmente de las adaptaciones cinematográficas de su obra. Y es que, al igual que muchos otros autores nórdicos que atrajeron la atención del cine y/o la televisión de su país de origen y posteriormente del audiovisual anglosajón, Lindqvist ha visto su obra adaptada dos veces, ambas con un acierto más que notable. La versión sueca de Déjame entrar, dirigida por Tomas Alfredsson, se estrenó en 2008 y enseguida consiguió una notoriedad internacional y un aplauso unánime de público, crítica y festivales gracias al fresco acercamiento que, como su novela madre, proveía de los universos del negro y el fantástico. En 2010, como forma de relanzamiento del mítico sello Hammer de películas de horror, se rodó la versión estadounidense a cargo de Matt Reeves. Aunque difiere sustancialmente de la original sueca, fue también muy aplaudida, y se la tiene como uno de los mejores remakes hechos en la industria anglosajona. Ambas producciones, a su vez, difieren mucho del contenido de la novela en ciertas subtramas y escenas, aunque esto es algo intencional dado que fue el propio Lindqvist el autor del guión de la original sueca. Como sea, en muchos países, incluyendo el nuestro, novela y película se comercializaron simultáneamente y en pack, uniendo en cierta manera el destino literario del autor con el de la trayectoria de sus adaptaciones audiovisuales fuera de su país. Quizá por esto debe reivindicarse el nombre de Lindqvist como autor interesante por sí mismo, y Déjame entrar es sin duda la puerta de entrada a su imaginario, a la que como lectores estamos más que invitados a penetrar.

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