Flores para Algernon es una novela-cuento de ciencia ficción y de estructura epistolar, escrita por Daniel Keyes y publicada por completo en 1966.

Desde la perspectiva de la primera persona podemos adentrarnos en la vida de Charlie Gordon, que ha nacido con cociente intelectual de 68, y por ello es escogido para someterlo a pruebas que puedan aumentar su CI; triplicarlo, para ser exacto.

Nos narra su evolución desde que se somete a la operación con entradas de diarios (llamados Informe de Progresos) que va redactando a medida que evoluciona su psique. Pero a la par que vemos su progreso, mental y ortográficamente, también lo vemos a nivel sociológico; Charlie en un principio es supersticioso, no quiere defraudar a Dios por su propio cambio artificial en su mente (porque si ha nacido así, es por algo), pero a medida que expande su inteligencia, la superstición que tiene el personaje se erradica de forma completa volviéndose fiel en los brazos de su nueva amante: la razón y la ciencia.

Pasa de ser un niño grande, inocente y amable, a un retraído social algo hosco, dándose cuenta de que todo el mundo se burlaba de él al ser retrasado. Su personalidad cambia radicalmente, y reconoce que hay cosas que no se pueden aprender tan sólo leyendo un libro.
Pero si antes era rechazado por ser inferior mentalmente a los demás, ahora lo es por estar muy por encima de ellos.

El autor juega con el prejuicio inicial sobre los discapacitados que uno puede tener de forma inconsciente, pues a medida que evoluciona la historia, la incapacidad de imaginarnos a Charlie de un modo concreto nos hace pensar la imagen mental inicial que podemos tener de un discapacitado intelectual o de un genio. Otros libros no muestran tan profundamente una evolución psicológica como lo hace Flores para Algernon, dejándonos una imagen fija de alguien en nuestro subconsciente debido a los rasgos físicos que nos dan de forma previa; con Charlie no tenemos ninguna descripción.

Nos sumerge de lleno en las etapas de la vida humana, ya que, a pesar de que es un hombre que ya ronda los treinta, sigue siendo un niño que se convierte en un brillante adulto en pocos meses. Pero, aunque un genio, también tiene sus fallos que nos recuerdan que sigue siendo un humano. La inocencia se desvanece, dejándole y dejándonos ver esos claroscuros que con efectividad definen lo que es la vida: nada ni nadie es perfecto, incluso manipulado científicamente por la mano del hombre. Charlie no es el primer paciente, aunque sí el primero humano; destacamos a Algernon, la rata de laboratorio que da nombre al libro y que Charlie admira discretamente. Al principio son compañeros de laboratorio, siendo ambos cobayas de prueba sin opinión ninguna por el experimento ni derecho a tenerla.

La hipótesis “a mayor inteligencia, menor felicidad” se nos expone en varias ocasiones a lo largo del libro. Dudas, dolor, incertidumbre, y el paso de ser inteligentes para tener una mayor identidad y presencia de nosotros mismos, también tiene la consecuencia de la tristeza que acompaña a la evolución mental.

«La inteligencia es uno de los mayores dones del hombre. Pero demasiado a menudo, la búsqueda del saber oculta la búsqueda del amor.»

Los temas de religión son recurrentes. A pesar de que en alguna parte del libro se nos expone la no existencia de un dios, Dios es secundario y nunca queda claro en qué llega a creer Charlie. Las dudas sobre temas como el amor, la amistad, la religión, temas más humanistas sin teoría fija a la que agarrarse, se escapan a su entendimiento; mas quiere comprenderlos. Es cuando entra en juego Alice, su profesora de la escuela de Necesidades Especiales, de la cual se enamora perdidamente, pero su relación es complicada y no tiene base anterior para poder mantenerla y llevarla a cabo. Además, del obvio terror de Charlie por las mujeres que se nos presenta como un trauma enlazado a su propia madre y a su hermana.

El hecho de que esté escrita en primera persona nos hace empatizar con el personaje hasta un punto personal; nos metemos en su piel, se siente como si alguna forma, su yo del pasado fuéramos nosotros disociando y observando desde fuera. Pero aunque él no comprendería nada por lo que pasa el yo futuro, nosotros, que ya conocemos nuestro mundo, somos invitados a conocer el mundo de Charlie a medida que su inteligencia evoluciona. Se nos forma una clara imagen; al principio borrosa por los pocos detalles que podemos vislumbrar a través de nuestro ingenuo protagonista, pero luego más claros, hasta el punto que también nos duele.

Nos duelen sus traumas del pasado, sus heridas pasan a ser nuestras y después de acabar este libro la catarsis que produce nos hace sentirnos un poco más humanos y nos recuerda lo frágiles que somos. Y, un día, nos sorprendemos a nosotros mismos llevando flores a Algernon, admirando lo que alguna vez fuimos y lo que nos acompañó en el pasado.

Entrometerse en el mundo de Flores para Algernon es un camino para adquirir otra visión del mundo. Muy recomendable para los amantes de las novelas epistolares, de la psicología y sobre todo, recomendable si estás perdido bajo tus propios pensamientos.

Reseña realizada por Irene