Ficha técnica

Título: Maiwai
Tít. original: Maiwai
Tomos: 11
Autor: Minetarô Mochizuki
Dibujante: Minetarô Mochizuki
Editorial: Glénat
Traducción: Maite Madinabeitia
Páginas: variable según tomo
Fecha de publicación: 2008
Encuadernación: Tapa blanda con sobrecubiertas
ISBN: 9788483572214
Precio físico: 4,95 €/tomo

Sinopsis

Se acerca su 16º cumpleaños, y aunque Funako Yamato es una joven fuerte y querida, siente que algo no va del todo bien. Una ansiedad desconocida se apodera de su pecho, algo que le dice que está desaprovechando su vida. Ese sentimiento se magnifica cuando el misterioso Katô entra a vivir de inquilino en su casa. Los acontecimientos se disparan el día de su aniversario: recibe un misterioso paquete de parte de su abuelo, un viejo pescador y marino de gran fama, muerto hace años, en que halla instrucciones para hacerse a la mar en busca de un legendario tesoro perdido. Katô se desvela en ese momento como un auténtico pirata del siglo XXI, robándole el mapa y zarpando antes que ella. Yamato y sus amigos partirán tras él, en un viaje fantástico que aunará maravilla y horror, y cambiará sus vidas.

Reseña

Un brillante ejemplo de manga de aventuras que, partiendo de los lugares comunes del shonen (manga para chicos jóvenes), los subvierte poco a poco y con gran maestría, hasta aproximarse al tono propio de las novelas clásicas de alta mar a lo Robert L. Stevenson o Herman Melville, y a los temas más propios del seinen (manga para adultos).

Cuando se habla de piratas y manga, lo primero que salta a la mente de cualquiera es la excelsa One Piece, el ambiciosísimo proyecto narrativo de Eiichirô Oda. Comenzado en 1997 y todavía en publicación, acercándose a día de hoy a los 100 tomos recopilatorios, es sin discusión ninguna el comic japonés más traducido y vendido de la historia. Muchos son los rasgos que lo hacen especial dentro de su demografía de shonen: a diferencia de la mayoría de los otros títulos dentro del género, Oda se preocupa de que su obra madure al igual que lo hacen sus fieles lectores, y aborda (nótese la ironía) en la trama pequeñas intuiciones políticas y filosóficas que la hacen tan memorable. Por supuesto, esto ha de cogerse con pinzas: One piece no deja de ser, al fin y al cabo, un shonen, y su intención principal es contar una emocionante historia de aventuras y conflicto. El tremendo éxito del título tiene, eso sí, su lado oscuro, y es que prácticamente ningún otro autor se atreve a usar el tema de la piratería como telón de fondo de su historia, por miedo de enfrentarse a semejante icono titánico. Así, las historietas de aventuras ambientadas en alta mar provenientes de Japón, un país que lleva la vida pesquera y marítima en su corazón, son incongruentemente nulas. Con una excepción.

Quien decidiese recobrar el tema para su obra sin miedo a las comparaciones debía ser, sin duda, un mangaka legendario. Y así fue. En 2002 comenzó a serializarse Maiwai, una obra que sorprendería al mundo entero sobre todo por venir de quien vino, su artífice Minetarô Mochizuki. Este autor, debutante a mediados de los 80 y perteneciente a la generación que dio a otros artistas tan legendarios como Katsuhiro Ôtomo, es uno de esos creadores veteranos que, pese a llevar muchos años en activo, tiene una lista relativamente corta de obras; todas ellas, eso sí, extremadamente cuidadas y de gran calidad. Mochizuki se había hecho un nombre, sobre todo, por su fresca y atractiva reinterpretación del manga de terror, dándole al género dos de sus títulos más impactantes: la apocalíptica Dragon Head, y La mujer de la habitación oscura, que es para muchos críticos el mayor exponente del terror urbano nipón moderno.

El que un autor tan venerado, casi de culto, como él, decidiese emprender lo que a primera vista parecía una desenfadada, casi humorística, historia de piratería ambientada en nuestros días, dejó a mucha gente patidifusa y confundida, incluyendo a quien esto escribe. Las apariencias, por supuesto, engañaban, ya que como en el resto de sus relatos el desarrollo de la premisa inicial no iba a ser ni típico, ni predecible. Mochizuki parte de los lugares comunes que ya explorara Oda en su magna opus, pero al no restringirse a los terrenos del shonen, se interna profundamente en terrenos que One Piece tan solo esboza, y va aún más allá a pesar de tratarse de una obra ostensiblemente más corta. Maiwai toma su título de una festividad tradicional japonesa, que se oficia en los pueblos pesqueros del país siempre que se da una gran captura: una celebración de la vida y de los regalos del mundo, tanto los gozosos como los dolorosos. En base a la profunda significación simbólica de esta celebración, Mochizuki elabora un artefacto narrativo extremadamente lento en su inicio (la historia tarda nada menos que tres números en arrancar realmente), pero que necesita ese tiempo para ir creciendo, de manera secreta y subrepticia, hasta convertirse en algo muy distinto a aquello que aparentaba ser. Maiwai es una de esas obras que sorprende al lector más en la segunda lectura que en la primera, cuando éste, sabiendo ya hacia dónde va a ir el relato, descubre los mecanismos que en su momento le pasaron inadvertidos.

Happi (prenda festiva tradicional) de maiwai

Hacer las cosas con el único fin de descubrir su significado u obtener una recompensa es absolutamente inútil. Tiempo malgastado. Esos momentos especiales como un mar de oro son los que hacen que las personas crezcan más allá del simple paso del tiempo. El ser humano no es tan necio como para permitir que sus sentimientos se vean dominados por lo primero que se encuentran, y sin embargo no dejan de quejarse de su vida y de envidiar al vecino al compararse con él. Viven recluidos en su día a día y permiten que la marea los arrastre. Y si eso no cambia, el único desenlace posible es la más pura infelicidad. Me pregunto cuántos hombres y mujeres hechos y derechos habrá que viven sin miedo, velando por sí mismos. Hombres y mujeres que no están enclaustrados en su pequeño mundo, asustados.

La heroína de la narración, Funako, es una protagonista atípica para los estándares del manga. Atlética y físicamente muy fuerte, aborda su feminidad de manera desenfadada, desoyendo cualquier estándar y criticismo de su alrededor. Sin embargo, aún un espíritu libre como ella se siente constreñido de algún modo por el peso de la rutina, de una vida sin perspectiva de aventura, de emoción, en que los pequeños milagros diarios acaben por ser algo asumido, tedioso incluso. La llegada a su vida de Katô, un espíritu aún más radicalmente libre que ella, hasta el punto de la locura, será tan solo el prólogo de su aventura: Funako pasará de descubrir que los piratas aún existen, a codearse con ellos, y a convertirse por último en uno, en cuanto su sino comience a ponerse en marcha. Y es que, en preparación a su decimosexto cumpleaños, recibe un regalo póstumo de su abuelo, una figura de la que a penas guarda recuerdos pero descubre que fue una figura casi legendaria en su pequeño pueblo costero debido a sus hazañas marítimas.

Fue él quien, en su juventud, dio de manera fortuita con una isla legendaria, el «banco de los piratas«, un punto no cartografiado rodeado de anomalías y peligros al que, desde la edad de oro de la piratería, han acudido tanto corsarios como gobiernos corruptos a poner su botín a buen recaudo. Un secreto a voces, vaya, al que sin embargo nadie a día de hoy, en una era de tecnología punta que facilita la vida pero vuelve a las personas displicientes y demasiado confiadas en la misma, recuerda cómo arribar de manera segura. Fue esa experiencia la que, según él, lo convirtió en un verdadero adulto, y quiere que su nieta viva la misma experiencia catártica que él tuvo, para que se convierta también en una persona consciente de la verdadera importancia de la vida, y de la terrible belleza de la naturaleza y el mundo.

Katô desvelará entonces su verdadera naturaleza y, ayudado de la tripulación de su barco pirata, el Phantasmagoria, y de su terrible segundo al mando Suzuki, le arrebatará a Funako su legado, no tanto con la intención de conseguir el tesoro de la isla, sino con algo relacionado con su pasado y una criatura que mora en las aguas que rodean la isla. Resuelta a cumplir la voluntad de su abuelo, Funako parte tras él acompañada de sus compañeros de instituto Tomê y Kamobayashi, así como de Ushio, un marinero de turbio pasado, y se involucrarán también con los tripulantes del Kanjû-maru, un barco corsario rival del Phantasmagoria. Este será el inicio de un viaje tanto exterior como interior, de cambio, de descubrimiento y autodescubrimiento, de contacto directo con la esencia de la vida y el mundo, que se irá desarrollando conforme se suceden las peripecias y se superan las adversidades del camino.

Tripulación del Kanjû-maru

—Imagina por un momento que el mundo de los hombres se rigiera por las mismas normas que el mar que nos rodea. ¿Qué pasaría entonces? Las aguas son el reino de la libertad, de eso no hay duda. Bajo su superficie, los fuertes acaban con los débiles. Si eso sucediese aquí, la gente simplemente cogería lo que quisiera, y los fuertes aplastarían a los débiles. Y así, la tan ansiada libertad acabaría siendo el monopolio de unos pocos. Cuando no existe nada en absoluto que nos controle, el «mundo libre» sólo se vuelve «libre» para los más fuertes. Puede que, vistos desde fuera, los piratas demos la impresión de no saber lo que son los yugos y las cadenas, pero allá donde el hombre habite, es imposible que reine una libertad absoluta.

Partiendo de lo visto en tierra firme, que contaba una historia casi de comedia de instituto, llena de innuendos sexuales y lugares comunes, todo cambia cuando los protagonistas y la trama se hacen a la mar. Mochizuki, en base a un dominio magistral de la narración, va variando poco a poco el tono del relato, refinando lo que inicialmente era comedia gruesa hasta puntos de gran sutileza, e incluyendo poco a poco otros elementos que acabarán por imponerse a esa primera intención aparentemente comédica. Entre dichos elementos, cabe destacar el de la aventura, desde un punto de vista casi decimonónico (es muy obvia la influencia de obras como La isla del tesoro o Moby Dick), que aúna el sentido de la maravilla de una naturaleza salvaje y majestuosa que en algunos puntos empequeñece a los propios personajes, con un excelente desarrollo psicológico de éstos, que usan la travesía y sus avatares no sólo como motor de la trama externa, sino como combustible para su propio crecimiento interno. Maiwai se convierte, por tanto, en una suerte de acercamiento neoclásico al relato de aventuras, equilibrando con enorme finura el romanticismo de la figura idealizada del pirata con una visión más realista, cruda y violenta, propia de la modernidad.

A todo esto han de sumarse las reflexiones de índole filosófica que Mizoguchi inserta en su propia obra, ya sea como forma de hacerla avanzar o, por el contrario, de detenerse y contemplar ciertas intuiciones, dilatándolas y magnificándolas a la vez que, como narrador, reflexiona sobre ellas. Además de los temas ya mentados de la verdadera madurez del ser humano y su emancipación de aquellos miedos y dudas que le impiden crecer, o del vitalismo casi nietzscheano que desfila por sus páginas, Maiwai nos regala bellas y profundas reflexiones acerca del verdadero sentido de la libertad y la responsabilidad (si bien adolece de cierto poso romántico marcado, magnificando los sentimientos y otorgando importancia suma al individuo y su circunstancia por encima del colectivo), así como una aproximación decididamente ilustrada al espíritu humano, su necesidad por saber más y ser más, y su constante búsqueda de nuevas fronteras en un reto constante al mundo y a sí mismo.

Se consigue, así, un punto de balance muy acertado entre acción y reflexión en la trama, aunándose muchas veces entre sí en una suerte de tiempo-bala narrativo que enriquece de contenido lo que de otra forma sólo serían una serie de emocionantes imágenes encadenadas. Punto y a parte merecen, también, las intuiciones feministas de la trama, con una protagonista capaz y fuerte sin sacrificar por ello su feminidad (un «hombre en cuerpo femenino», como muchas heroínas de la mala ficción de acción) ni restringirse tampoco a los roles socialmente prefijados para ella, así como personajes secundarios que o parodian los roles de género o, como la propia Funako, se rebelan existencialmente contra ellos.

—¡Vamos Katô! ¡¿Qué es lo que estás buscando?!
—Solo quiero… recuperar lo que soy.
¿Qué? Cómo que… recuperar lo que eres?
—¿Alguna vez… has tenido la sensación de que al estar en cierto lugar puedes recordar quién eres en realidad?
—¿Eh? Creo que no lo entiendo. ¿Es que te ha pasado algo aquí?
—Es mi alma. Esa bestia marina me la robó hace ya mucho tiempo.

Tras el cambio de aires que supuso Maiwai para su carrera, Mochizuki se ha permitido un alejamiento del género que le dio fama para explorar nuevas formas de narrativa. Fruto de ello son sus últimas obras destacables: Chiisakobe, un manga engañosamente romántico y costumbrista que esconde dentro de sí una muy velada pero ácida crítica a su cultura natal; e Isla de perros, la adaptación al comic de la deliciosa película de stop-motion de Wes Anderson. Sin embargo, como el nexo que une sus primeras obras de renombre y sus actuales trabajos, Maiwai siempre tendrá un lugar especial tanto en su legado como en el corazón de sus fans, y es un vehículo inmejorable con el que adentrarse en el universo personal de uno de los pocos autores de la edad dorada del manganime que todavía está en activo. Es, también, una transición perfecta de las formas y temas propios del shonen y aquellos propios del seinen, lo que la hace perfecta para lectores que experimenten cambios madurativos y también para quienes quieran revivir recuerdos de ambos mundos en base a una lectura memorable, entretenida y muy, muy disfrutable.

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