Ficha técnica

Título: Lolita
Tít. original: Lolita
Autor: Vladimir Nabokov
Editorial: Anagrama
Traducción: Francesc Roca
Páginas: 392
Fecha de publicación: 2016
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788433928474
Precio físico: 14,90 €

Sinopsis

La historia de la obsesión de Humbert Humbert, un profesor cuarentón, por la doceañera Lolita es una extraordinaria novela de amor en la que intervienen dos componentes explosivos: la atracción «perversa» por las nínfulas y el incesto. Un itinerario a través de la locura y la muerte, que desemboca en una estilizadísima violencia, narrado, a la vez con autoironía y lirismo desenfrenado, por el propio Humbert Humbert. «Lolita» es también un retrato ácido y visionario de los Estados Unidos, de los horrores suburbanos y de la cultura del plástico y del motel. En resumen, una exhibición deslumbrante de talento y humor a cargo de un escritor que confesó que le hubiera encantado filmar los picnics de Lewis Carrol.

Reseña

Un libro incómodo, que busca la desazón y hasta el rechazo del lector a pesar de su estilo sublime e impecable, y que esconde en sí sorprendentes refinamientos y complejidades.

Si hablamos del esteticismo en la literatura, esa corriente que busca la primacía de la forma sobre el fondo, esto es, la belleza formal del propio texto en cuanto a combinación de significados y sonidos por encima incluso de la psicología de sus personajes, los hechos de su trama o su significación moral, tarde o temprano saldrá a relucir el nombre de Vladimir Nabokov como uno de sus más excelsos exponentes. Este ruso, al que los azares de la revolución bolchevique y más tarde la II Guerra Mundial obligaron a mudarse a Alemania, Francia y por último a Estados Unidos, donde se nacionalizaría, dedicó todos sus esfuerzos tanto como literato como crítico y académico de este mismo campo a desarrollar sus peculiares intuiciones estéticoformales.

Así, los textos típicamente nabokovianos son ingenios tremendamente complejos, metaficcionales en su mayoría, y cargados todos ellos de juegos de palabras, figuras retóricas y otros muchos recursos estilísticos. Esto suele desembocar a su vez en estructuras narrativas intrincadas, a veces en grado sumo (Pálido fuego, verbigracia, una novela que se demostró que funcionaba notablemente bien en formato hipertextual). Buena parte de la crítica especializada no tiene rubor en afirmar que su novela más representativa, la ucrónica Ada o el ardor, ha de figurar a muy pocos peldaños por debajo del Ulyses de James Joyce como una de las más logradas del siglo XX.

Sin embargo, y curiosamente, la novela que le catapultaría a la fama, la Lolita que vamos a tratar hoy aquí, se desmarca de forma pronunciada de muchas de estas señas de identidad. Sin renunciar, eso sí, a su forma recargada de usar el lenguaje, y a sus aliteraciones y demás juegos fónicos, el argumento del libro es mucho más simple y lineal que el de las obras ya nombradas. También prestará mucha más atención al desarrollo psíquico de sus personajes, quizá de forma más velada e indirecta que otras obras del estilo, convirtiéndose así en un híbrido entre la prosa absolutamente esteticista propia de su autor y una obra narrativa más al uso.

A modo de manuscrito encontrado, en este caso la confesión escrita de Humbert Humbert, protagonista de la novela, durante su estancia en prisión previa a su muerte en espera del juicio por el asesinato que comete al final de la obra, el libro nos cuenta desde su perspectiva los grandes hechos de su vida, comenzando por su amorío frustrado con la difunta Annabel hasta su éxtasis y su tormento con su hijastra, Lolita.

Fotograma de Lolita, película de Stanley Kubrick de 1962.

«Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba de pie, con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita.»

Quizá sea esta merma de complejidad la que contribuyó a hacer de Lolita un éxito editorial y, aún a día de hoy, su novela más famosa, superando en mucho la popularidad de otros trabajos suyos más técnicamente perfectos. Habría que sumarle a esta razón, claro, la innegable carga provocadora de la novela, que en su día levantó escándalos y fue tildada incluso de pornográfica. Ciertamente, Lolita es una obra creada para soliviantar la moral del lector, provocándole con la ruptura ficcional de innumerables tabúes sociales. No lo hace, eso sí, de la forma obscena y abyecta con que otros libros escandalosos levantaron en su contra la moral bienpensante de las sociedades de su tiempo: más bien al contrario, con una elegancia y una finura que sobrepasa a las más encendidas obras del romanticismo literario, se da a una exploración libremente amoral del hecho sentimental que retrata, por enfermo que sea éste.

Humbert Humbert, protagonista absoluto, es un monstruo humano, sí: pero un monstruo patético, que en más de una ocasión inspira más lástima que terror. La repugnancia que provocan en el lector sus accesos veniales se combina y palia de alguna forma con su atormentada forma de ser, haciéndole un personaje ciertamente odioso pero complejo, muy alejado del depredador sexual sin escrúpulos que es Clare Quilty, su particular antagonista. Ambos tienen más parecidos que diferencias, pues ambos ven en Lolita un medio para satisfacer sus bajos impulsos y sus deseos oscuros. Sin embargo, mientras Quilty lo encara desde una perspectiva amoral, ausente de culpa o remordimiento, y acepta estas pulsiones tal cual son, no uniéndole a Lolita mas que el capricho temporal y las ansias de sacar tajada de su vulnerabilidad, Humbert romantiza las sensaciones que experimenta hacia su hijastra, convirtiendo en su mente enferma la relación de ambos como una del más sublime y puro amor. Un amor machista, unilateral, pues trata a Lolita como si fuese de su exclusiva posesión, hasta el límite de perseguir y matar al Quilty tras enterarse de que ha osado tocar lo que es suyo. Con todo ello, Humbert vive autoengañado, dentro de su propia mentira, viendo sus actos y sus sentimientos como totalmente inocentes y puros, ajeno al daño que realmente causa; y así también lo experimentamos nosotros como lectores, al recibir el relato desde su única perspectiva, forzando una incómoda, repugnante empatía.

Fotograma de Lolita, película de Adrian Lyne de 1997.

«Habíamos estado en todas partes. No habíamos visto nada en realidad. Y hoy me sorprendo pensando que nuestro largo viaje no había hecho otra cosa que ensuciar con un sinuoso reguero de fango el encantador, confiado, soñador, enorme país que entonces, retrospectivamente, no era para nosotros sino una colección de mapas de puntas dobladas, libros turísticos estropeados, neumáticos gastados y sus sollozos en la noche – cada noche, cada noche- no bien me fingía dormido.»

Y en medio de dos hombres así, Lolita, pequeña, frágil, forzada a la adultez antes de tiempo por los deseos egoístas que imprimen en ella los dos adultos que la objetivizan y tratan de convertir en un mero vehículo para sus fantasías personales. Lolita, heroína y víctima a la vez, que ha de hacer uso de las armas de mujer que aún no entiende ni domina para salir airosa de su batalla con ambos tiranos, para seguir siendo ella misma, libre, y no la cosa sumisa y abyecta, subyugada a unos planes que no son los suyos, que ellos desean que sea. Este trance, esta brutal violación de la inocencia de su infancia que desdibuja y destruye los hitos por los que tendría que pasar hasta la adultez, la marca sin embargo para siempre, y la deja al final de la novela embarazada, pobre y casada con un hombre al que no ama, al que usa como medio de subsistencia de la misma forma que a ella la usaron sin miramientos en la flor de su juventud. El vivo retrato de la alienación, marcado en la estructura del libro con la ausencia total del punto de vista de la joven, a quien solo podemos conocer realmente deconstruyendo la imagen idealizada y conveniente que tiene de ella su padrastro.

Es precisamente esta relación central de la novela, entre el hombre poderoso y controlador que vive en la ilusión de que es bueno, y la pequeña niña indefensa que lucha por conservar su esencia misma y es indefectible y permanentemente dañada en el proceso, la que esconde la gran crítica político-social que es Lolita. Las cambiantes relaciones de poder entre Humbert y su hijastra son una gran metáfora de los estados totalitarios, como el stalinista del que Nabokov logró huir a tiempo: hablamos, al fin y al cabo, de un aparato político inmensamente poderoso que trata de convertir al pueblo por la fuerza en algo que él, desde su torcido punto de vista, es bueno y valioso, ignorando siempre de forma conveniente el daño real que con ello hace a muchos. También contiene una gran parte de crítica a la realidad estadounidense, retratada durante el viaje de ambos personajes a lo largo de su geografía como una cultura dada a la banalidad, a lo superfluo, al objeto de usar y tirar, que anida en el corazón de una sociedad indiferente que facilita que monstruos como Humbert (pequeños dictadores del hogar, mediocres Stalins en miniatura) medren en su seno.

«Hay que ser artista y loco, un ser infinitamente melancólico, con una burbuja de ardiente veneno en las entrañas y una llama de suprema voluptuosidad siempre encendida en su sutil espinazo para reconocer de inmediato, por signos inefables al pequeño demonio mortífero entre el común de las niñas; y allí está, no reconocida e ignorante de su fantástico poder.»

No quisiera acabar sin, como siempre que se da el caso, mencionar la adaptación del libro al formato cinematográfico. Quizá para simbolizar el peso de la obra en su siglo de publicación, Lolita fue adaptada en dos ocasiones al cine, ambas con acierto más que notable. La primera de estas adaptaciones es, de hecho, increíblemente lujosa, pues además de contar con el propio Nabokov como guionista (quien, por cierto, escribió inicialmente un texto para una película de 9 horas de duración, aunque el producto final acabó durando dos horas y media), tuvo en la dirección a nada más y nada menos que Stanley Kubrick, sin duda uno de los mayores genios que el arte cinematográfico ha dado. Considerada ya un clásico, contó además con la participación de grandes actores como James Mason, Shelly Winters o el genial Peter Sellers, encarnando al antagonista Clare Quilty. La segunda versión, de Adrian Lyne, palidece sin duda ante la original, pero aún así es un buen producto, muy disfrutable, y ofrece un acercamiento mucho más visceral y erótico a los hechos de la novela. Sus actores, también reseñables, incluyen a un Jeremy Irons que crea un Humbert Humbert muy superior al de Mason, amén de nombres de la talla de Melanie Griffith y Frank Langella.

En definitiva, Lolita es un libro que ofrece una experiencia única, la de aunar una prosa de calidad insuperable y belleza sin igual con unos temas capaces de incomodar a cualquier lector, ocultando en dicho choque de opuestos toda una plétora de intuiciones críticas que dan un fondo inusitadamente profundo a una novela de factura claramente esteticista. Libro singular y memorable donde los haya, esta obra de Nabokov, pese a no ser la favorita de su autor, sigue siendo una gran vía de iniciación a su peculiar y complejísimo universo personal, uno de los más influyentes de las letras modernas. Una de esas novelas que hay que leer al menos una vez en la vida, vaya.

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